Estampas de la guerra.
Contra
el pacto del olvido de los crímenes perpetrados por la represión franquista. Época de
intolerancia y fanatismo. De derechismo e izquierdismo. Olvidando que todos
marchamos hacia más allá del tiempo.
Vienen a mi memoria las andanzas de mi amigo Manolo cuando quiso
evadirse de la muerte asignada.
En
Madrid, la ciudad más alegre del mundo, donde nadie por más perseguido que
fuere puede quedar encerrado entre cuatro paredes, Manolete, reconocido así por
todos, se lanzó al abismo cruzando barreras fascistas, bombardeos y
persecuciones tras la búsqueda de la desaparecida María, su eterna enamorada.
Ante
el ataque anunciado, la “Quinta Columna” toma la iniciativa de repatriar a
numerosos intelectuales y perseguidos, niños de padres desaparecidos que
buscando socorristas merodean la zona. Manuel como buen gitano, cede su lagar y
trata de defenderse solo.
El
general de turno reclama la rendición a fin de evitar más muerte.
La
caída de bombas incendiarias es impresionante. El olor a azufre y pólvora se concentra obstruyendo la respiración.
Manolo
camina por la oscuridad de una cuneta bajo una resbaladiza sustancia gelatinosa
con olor a mierda. Los ladridos de los perros cada vez estaban más cerca.
Aterrado. Para ahogar el olor a miedo y confundir a sus perseguidores decide
revolcarse en aquella maloliente bosta,
dirigiéndose hacia la salida.
En un
récord imposible Dios le tiende una mano. Consigue tomar impulso y trepar de un
salto el trasero de un camión, pero, no duró mucho su buena suerte. Los estucas
pasan rasantes sembrando bombas por el camino.
Con el cuerpo deshecho Manuel se entrega a los estertores de la muerte.
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