La mayor expresión de los
pueblos aún de las más remotas civilizaciones.
El arte pertenece más a los
dioses que al hombre.
Por más que el humano haya ido
modificando su hechizo con habilidades y
modismos, la explosión sigue siendo la misma. La comunicación del cuerpo a
través de la música en un lenguaje universal.
La fantasía es mensajera del
inconsciente. El hombre es un ser pensante, su futuro pertenece a la parte
subjetiva. La naturaleza no permite copia, sólo puede expresarse, es objetiva y
estéticamente visual. Su ritmo cada vez está más marcado. La belleza busca la
armonía para expresarse a sí misma.
La danza reemplaza la palabra
a través del ritmo corporal. El bendito arte de la coreografía, tarea nada
fácil, porque coordina un sinfín de elementos físicos y conmociónales,
demostrando que el arte del ballet no es para todos.
Sudor y lágrimas se deslizan por las mejillas,
mientras se ejercitan los cuerpos desde la temprana edad adquiriendo
elasticidad, ritmo, y técnica. Pero el hechizo de la danza se lleva adentro
como un divino Don. La individualidad de la bailarina se detecta y se siente ni
bien entra en escena con paso firme, marcando su técnica. Casa repertorio es
una nueva conquista etérea de seguridad, gracia y talento para convertir todo
en magia. Si ese divino arte no llega a armonizar el alma con el cuerpo, el
mundo invisible con lo visible, ya sea en lo clásico, neoclásico o moderno, “Si
no arde la divina llama” no pasará de ser una búsqueda sin meta.
Lorca, Tolstoi, Chéjov o
Merimée, por nombrar unos cuantos, son de difícil traslación de la palabra a la
danza. Tuvimos grandes corógrafos. Desde Balanchine a Nijinski.
En su engranaje estaba el
libre arte de representar, porque en la danza nada es real salvo el
sentimiento.
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