Qué
manifiesto mayúsculo es el mar. Siempre igual, siempre cambiante.
Espuma
que ondula en incesantes corrientes, abismo de profundidad y obscuridad a perpetuidad.
Soledad
inmensa, poblada de animales extraños con cánticos acústicos que fascinan.
Sin urgencia terrenal, sensación de reposo en un
dejarse ir…
El misterio instintivo de orientación de las aves en
vuelo o navegación diurna o nocturna siempre me inquietó
Algunas vuelan a tres mil quinientos metros de altura
aprovechando la corriente ascendente de aire cálido, cubren distancias de hasta
quinientos metros por día. Se considera que se orientan a través de los astros,
las líneas costeras, las masas de aire y las diferentes temperaturas marinas.
El calentamiento del sol y el enfriamiento de la luna con su vaivén de mareas y
rompientes.
La precisión de relojero de este planeta Tierra no es
del mundo de los hombres, donde casi todo funciona a la marchanta. Su perfección denota una creatividad divina que en
nuestro accionar abruma y desconcierta.
Ese misterio
encierra para mí el mar
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