En la
España de Miguel Primo de Rivera, tal fue su dictadura, que se daba por
asentado que el que abría la boca para expresar su descontento era severamente
castigado.
Así
ocurrió con Don Rodrigo Soriano diputado de la República y su amigo Miguel de
Unamuno. Desterrados a la isla Canaria de Fuerteventura, lugar que por aquel
entonces solamente las cabras subsistían.
Después
de unas semanas de aquel encierro, con gran riesgo se organizó la fuga que
consistía en saltar por un ventanuco y bajar por una escalera albañil. Ante el
hecho, Unamuno se negó rotundamente a andar agazapado como gato de azotea, y
ante la negativa Rodrigo amenazó con romperle la cabeza con su nudoso bastón si
procedía con su académico orgullo, temeroso de que se rompiera el bastón y no
su cabeza. Porque así como era de inteligente y sabihondo cuando se trataba de
su amor propio reaccionaba con la terquedad y tozudez de dos mulas viejas.
El
pobre Unamuno, cansado y exilado nunca volvió de Francia, Allí escribió su
desgarrada despedida de España “La tiranía militarista me obliga a estar fuera
de mi hogar, mi familia, y mis ocho hijos. Siento en mí la agonía de mi patria,
que está feneciendo de a pedazos”. Poco tiempo después murió agobiado “del mal
de España”.
(Emocionadas palabras
pronunciadas por Ortega y Gasset, desde Salamanca, poco después de la guerra de
Franco).
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