miércoles, 30 de mayo de 2018

Mens sana in corpore sano


Desde un bar situado frente a la iglesia de San Nicolás estoy observando a gente que como hormigas, entran y salen con fervor de ese recinto. Mientras espero a mi acompañante me he puesto a pensar en cual es la verdadera esencia de la religión .Creo que ellos mismos no saber si se desplazan  por rutina, educación heredada, credulidad o impulso.

El conductor secreto no es más que el anhelo de la inmortalidad del alma. La permanencia al universo de Dios para no morir del todo, porque la muerte debe ser el sentimiento más punzante de soledad suprema, donde nada nos llevamos porque nada es nuestro.
El poético canto del cisne. Según la leyenda, su cántico de muerte es tan profundo que puede escucharse hasta que los vientos lo disipan. Habría que preguntarles si su cántico es de origen armónico o de tristeza.  
Por incrédulo que  todo hombre sea, a la hora de la muerte se arrepiente de sus fechorías porque. La muerte por si sola purifica al pecador compungido.

El evangelio y la Biblia:
La resurrección de la carne. La inmortalidad del alma. Y la creencia, abrazan la fe.  No es sólo ver, sino crear y sentir. La razón no cuenta. No se puede racionalizar lo que no vemos. Con la adquisición de la razón se pierde la creencia de la fe tan hija de contradicciones. Teniendo siempre en cuenta que el positivismo y el catolicismo caminan por diferentes bandos.

Hay un pasaje evangélico que si mal no recuerdo reza así: “puesto que me estoy muriendo creo en ti mi Dios supremo, pero socorre mis dudas antes de que pase del otro lado de la muerte. Hazme más simple, la simpleza cree sin pensar, porque se cree con el corazón y no con la razón. Desde que analizo llevo la duda en el fondo del cerebro, pero quiero llevar la fe en el fondo de mi alma”. Y el Nazareno respondió: “Mi reino no es de este mundo”
El supremo cristianismo requiere un aislamiento perfecto, una soledad Cartuja. Por Cristo se renuncia a todo. Dios huyó a la soledad de la montaña cuando las turbas lo quisieron proclamar rey. Dejando en el olvido que el hombre que el creó es un ser civil y por lo tanto ciudadano social. Los curas católicos de Oriente rompieron la soledad. Podían casarse y procrear. Porque el celibato no era obligatorio. Hoy es impuesto y no optativo. A partir  del Concilio de Nicea, se decreta que una vez ordenados, los sacerdotes no pueden casarse.  Pienso yo, ya que Jesús proclamó “Creced y multiplicaos”. Con tantos adelantos y renovaciones, en lugar de tanta censura,  por qué cuernos la iglesia no modifica un concilio que data del año 325 y con ello termina con uno de los problemas candentes que a diario tiene que lidiar el Vaticano.
¿Tendremos algún día un papa que afronte con coherencia y valentía el tema?

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