Este
fin de semana largo, conmemorativo a la pascua (después de tanta homilía papal,
recordatorio del calvario cotidiano y resurrección final), trae a mi memoria el
deceso de Arturo, con quién compartí sus últimos años.
Nuestras
reuniones eran amenas. Tenía en su haber varias experiencias. Era de esos
hombres que enfrentando la vida se hacen a pulmón. En algunas oportunidades nos
preguntábamos a quién le tocaría partir primero, talvez porque presentía su viaje
próximo, o por curiosidad simplemente. Ambos andábamos bien de salud, pero los
años cada vez nos acercan más al horizonte. Un día se nos ocurrió hacer un
pacto. El que emprendiera antes a ese viaje sin retorno, donde quiera que se
hallare debe mandar un mensaje.
Días
después de su partida, creo que se originó. Paso a relatar el hecho: se trata
de creer o no creer, todo depende de la interpretación que le demos a este
proceso por demás sospechoso.
Conservo cerca de mi cuarto un “sillón-mecedor”
regalado por él, y al lado un botinero. El sillón, está forrado en terciopelo y
siempre lo tapo con una colcha y unos almohadones encima, cuestión de
conservarlo lo mejor posible, porque también tengo en mi haber un gato
denominado Basted, que de tanto en vez se le ocurre afilarse las uñas. Ese día,
como es habitual, lo primero que hago es entrar a mi cuarto y ponerme cómoda, y
¡Oh sorpresa! Me encuentro con el sillón despojado de la colcha y los
almohadones encima ¡busco la colcha por todos los rincones, sin aparecer. Me
siento y empiezo a recapacitar, Basted es el único ser que está en casa, y como
es lógico no habla. Nadie pudo haber entrado… Lo dejo pasar aunque no sin
extrañeza. Días después abro el botinero (el único lugar que ni por las tapas
se me hubiera ocurrido buscar) para sacar unas botas de lluvia, y en el fondo
del mismo, encuentro la colcha muy dobladita en cuatro. Es casi imposible que Basted
pudiera esconderla tan prolijamente doblada, y menos que se le ocurriera
meterla dentro del botinero, cuyas puertas son “bay-ben” sin haberse quedado
encerrado. Más bien la hubiera tirado al suelo. No creo que un felino pueda
discurrir tan fino.
Pasaron
los años de aquel episodio, pero cada vez que veo el famoso sillón me parece
encontrar el recuerdo de Arturo.
¡Sin
explicación científica!
Pero
pienso que la energía recibida de arriba no muere con el cuerpo físico. Debe
tener un proceso distinto hasta evaporarse, o pasar a otro plano.
Esto me convenció que hay un yo energético que
vive y habla del tiempo cuántico. El fenómeno del desdoblamiento da como
resultado la veracidad de la otra dimensión que se refleja en el aquí y el
ahora, entre el yo consciente y el yo cuántico en un intercambio de información
y pensamiento que se exterioriza en los hechos. Interpreto ese fue su mensaje.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario