jueves, 7 de junio de 2018

Sin explicación científica


Este fin de semana largo, conmemorativo a la pascua (después de tanta homilía papal, recordatorio del calvario cotidiano y resurrección final), trae a mi memoria el deceso de Arturo, con quién compartí sus últimos años.
  
Nuestras reuniones eran amenas. Tenía en su haber varias experiencias. Era de esos hombres que enfrentando la vida se hacen a pulmón. En algunas oportunidades nos preguntábamos a quién le tocaría partir primero, talvez porque presentía su viaje próximo, o por curiosidad simplemente. Ambos andábamos bien de salud, pero los años cada vez nos acercan más al horizonte. Un día se nos ocurrió hacer un pacto. El que emprendiera antes a ese viaje sin retorno, donde quiera que se hallare debe mandar un mensaje.

Días después de su partida, creo que se originó. Paso a relatar el hecho: se trata de creer o no creer, todo depende de la interpretación que le demos a este proceso por demás sospechoso.

Conservo cerca de mi cuarto un “sillón-mecedor” regalado por él, y al lado un botinero. El sillón, está forrado en terciopelo y siempre lo tapo con una colcha y unos almohadones encima, cuestión de conservarlo lo mejor posible, porque también tengo en mi haber un gato denominado Basted, que de tanto en vez se le ocurre afilarse las uñas. Ese día, como es habitual, lo primero que hago es entrar a mi cuarto y ponerme cómoda, y ¡Oh sorpresa! Me encuentro con el sillón despojado de la colcha y los almohadones encima ¡busco la colcha por todos los rincones, sin aparecer. Me siento y empiezo a recapacitar, Basted es el único ser que está en casa, y como es lógico no habla. Nadie pudo haber entrado… Lo dejo pasar aunque no sin extrañeza. Días después abro el botinero (el único lugar que ni por las tapas se me hubiera ocurrido buscar) para sacar unas botas de lluvia, y en el fondo del mismo, encuentro la colcha muy dobladita en cuatro. Es casi imposible que Basted pudiera esconderla tan prolijamente doblada, y menos que se le ocurriera meterla dentro del botinero, cuyas puertas son “bay-ben” sin haberse quedado encerrado. Más bien la hubiera tirado al suelo. No creo que un felino pueda discurrir tan fino.
Pasaron los años de aquel episodio, pero cada vez que veo el famoso sillón me parece encontrar el recuerdo de Arturo.

¡Sin explicación científica!

Pero pienso que la energía recibida de arriba no muere con el cuerpo físico. Debe tener un proceso distinto hasta evaporarse, o pasar a otro plano.

 Esto me convenció que hay un yo energético que vive y habla del tiempo cuántico. El fenómeno del desdoblamiento da como resultado la veracidad de la otra dimensión que se refleja en el aquí y el ahora, entre el yo consciente y el yo cuántico en un intercambio de información y pensamiento que se exterioriza en los hechos. Interpreto ese fue su mensaje.

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