jueves, 7 de junio de 2018

Rememoranzas de la guerra

De mi libro “Y donde estaba Dios”


El barco de Botana
En Badalona donde estaban las oficinas de Anselmo.  Desde los altos de la fábrica, ven frenar un camión de la CGT. Bajan ocho milicianos. Los operarios en primer momento no les prestan mayor atención, pero, cuando los ven cargados de metralletas, aprietan la alarma y todos buscan refugio. Al escuchar la emergencia los directores salieron del escritorio. El primero en caer fue el padre de Anselmo que rodó escaleras abajo. Al contador le deshicieron la cara muriendo en el acto. Al marido de Ángeles, lo alcanzaron en el estómago y después de rociar los mil metros le prenden fuego al establecimiento. Cuando el grupo de nacionalistas camuflados de milicianos se fueron, Anselmo arrastrándose logra llegar al auto, repitiendo “No puedo morir, no voy a morir antes de llegar a casa”.  Consigue poner el auto en marcha. Con esfuerzo sobrehumano acelera, el mareo le hace aminorar la marcha por temor a chocar. El portón estaba cerrado, apoyó la mano en la bocina hasta que apareció uno de los cuidadores. Balbuceando le dijo “Trae rápido a la señora y los chicos, cómo estén ¡Pronto!”.
Cuando Ángela y los chicos lo vieron se largaron a llorar. Con un hilo de voz les dijo “¡Suban rápido!” Y vuelve a tomar el camino a Barcelona. Le cuesta respirar. Su mujer sollozando le pregunta, “¿Adonde vamos?”
“¡Al puerto¡”  No, dice Angelita. “¡Al Hospital¡”.
“Al puerto” vuelve a repetir Anselmo casi sin voz, “¡No hay tiempo!”. Mientras le pedía a Dios poder llegar.
Pregunta en que dársena esta el barco socorrista de Botana. Se aproxima al barco y cae muerto sobre el volante. Angelita no atina a nada. Con la mente en blanco lo único que hacía era acariciarle la cabeza y con voz muy baja repetir su nombre. “¡De haber sabido manejar lo hubiera llevado al hospital!”Atrás, los chicos lloraban sin consuelo. Hacía horas que estaban dentro del auto.
 Un hombre había visto desde el barco el auto estacionado y le llamó la atención que nadie bajara, se acercó y golpeó el vidrio. Como nadie respondía, Juan Ernesto, le dijo varias veces “Mamá”, al no contestar empezó a zamarrearla hasta que Ángela como saliendo de un desmayo profundo, le pregunta a su pequeño hijo y a María Luz “¿Donde estamos?” El chiquito mirando al hombre le dice: “¡Mi papá esta durmiendo y mi mamá no oye nada!” El hombre abrió la puerta del auto y apoyó a Anselmo bañado en sangre, contra el respaldo. Tomándola del brazo, suavemente la bajó sin poner resistencia. Ella caminaba haciendo eses como en sopor. María Luz tomando las manos de los hermanos, seguía a su madre. El hombre los condujo a la rampa del barco. Con una sonrisa tristísima le dijo. “¡Suba señora!”
“No puedo, mi marido me espera en el auto”.
“Suba señora, hágalo por sus hijos”. Al ver que ella no se movía, volvió a tomarla del brazo y la llevó a cubierta.

Ángela, apoyó los brazos en la baranda del barco, no sacaba los ojos del auto que había quedado con las puertas abiertas.
Cuando los remolcadores engancharon el barco y éste lentamente se puso en movimiento, ella seguía el auto con los ojos hasta perderlo. ¡Así permaneció hasta no ver más el puerto!

¡En ese auto había quedado su vida! 

1 comentario:

  1. Mercedes, todo lo referido a momentos importantes de nuestra vida resultan de gran interès. Gracias por compartirlos. Jorge

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