De mi libro “Y donde estaba
Dios”
El
barco de Botana
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En
Badalona donde estaban las oficinas de Anselmo.
Desde los altos de la fábrica, ven frenar un camión de la CGT. Bajan
ocho milicianos. Los operarios en primer momento no les prestan mayor atención,
pero, cuando los ven cargados de metralletas, aprietan la alarma y todos buscan
refugio. Al escuchar la emergencia los directores salieron del escritorio. El
primero en caer fue el padre de Anselmo que rodó escaleras abajo. Al contador
le deshicieron la cara muriendo en el acto. Al marido de Ángeles, lo alcanzaron
en el estómago y después de rociar los mil metros le prenden fuego al
establecimiento. Cuando el grupo de nacionalistas camuflados de milicianos se
fueron, Anselmo arrastrándose logra llegar al auto, repitiendo “No puedo morir,
no voy a morir antes de llegar a casa”.
Consigue poner el auto en marcha. Con esfuerzo sobrehumano acelera, el mareo
le hace aminorar la marcha por temor a chocar. El portón estaba cerrado, apoyó
la mano en la bocina hasta que apareció uno de los cuidadores. Balbuceando le
dijo “Trae rápido a la señora y los chicos, cómo estén ¡Pronto!”.
Cuando
Ángela y los chicos lo vieron se largaron a llorar. Con un hilo de voz les dijo
“¡Suban rápido!” Y vuelve a tomar el camino a Barcelona. Le cuesta respirar. Su
mujer sollozando le pregunta, “¿Adonde vamos?”
“¡Al
puerto¡” No, dice Angelita. “¡Al
Hospital¡”.
“Al
puerto” vuelve a repetir Anselmo casi sin voz, “¡No hay tiempo!”. Mientras le
pedía a Dios poder llegar.
Pregunta
en que dársena esta el barco socorrista de Botana. Se aproxima al barco y cae
muerto sobre el volante. Angelita no atina a nada. Con la mente en blanco lo
único que hacía era acariciarle la cabeza y con voz muy baja repetir su nombre.
“¡De haber sabido manejar lo hubiera llevado al hospital!”Atrás, los chicos
lloraban sin consuelo. Hacía horas que estaban dentro del auto.
Un hombre había visto desde el barco el auto
estacionado y le llamó la atención que nadie bajara, se acercó y golpeó el
vidrio. Como nadie respondía, Juan Ernesto, le dijo varias veces “Mamá”, al no
contestar empezó a zamarrearla hasta que Ángela como saliendo de un desmayo
profundo, le pregunta a su pequeño hijo y a María Luz “¿Donde estamos?” El
chiquito mirando al hombre le dice: “¡Mi papá esta durmiendo y mi mamá no oye
nada!” El hombre abrió la puerta del auto y apoyó a Anselmo bañado en sangre,
contra el respaldo. Tomándola del brazo, suavemente la bajó sin poner
resistencia. Ella caminaba haciendo eses como en sopor. María Luz tomando las
manos de los hermanos, seguía a su madre. El hombre los condujo a la rampa del
barco. Con una sonrisa tristísima le dijo. “¡Suba señora!”
“No
puedo, mi marido me espera en el auto”.
“Suba
señora, hágalo por sus hijos”. Al ver que ella no se movía, volvió a tomarla
del brazo y la llevó a cubierta.
Ángela,
apoyó los brazos en la baranda del barco, no sacaba los ojos del auto que había
quedado con las puertas abiertas.
Cuando
los remolcadores engancharon el barco y éste lentamente se puso en movimiento,
ella seguía el auto con los ojos hasta perderlo. ¡Así permaneció hasta no ver
más el puerto!
Mercedes, todo lo referido a momentos importantes de nuestra vida resultan de gran interès. Gracias por compartirlos. Jorge
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