No
hace tantísimos años que tuve la oportunidad de conocer e interiorizarme del
famoso canto de la ballena jorobada. Con solo cinco metros, son una de las
presas favoritas de las orcas. Cuidan y ayudan a mantener a las ballenas bebés
fuera de peligro. El creciente tráfico marino puede ahogar los llamados de las
madres poniéndolos en riesgo. Entre cetáceos se comunican y salvaguardan de los
ruidos intensos submarinos. Los
chirridos y gruñidos bajo las ondas de presión permiten entender la consigna a
grandes distancias. Las orcas son capaces de imitar sonidos humanos como los
loros parlanchines. El viviente más cercano a las ballenas es el hipopótamo.
La
comunicación a larga distancia.
En
épocas de apareamiento las “ballenas-jorobadas” acarrean información a trabes de sus melodías, su destreza ayudará al macho a encontrar a su compañera.
Mediante el sonido de baja o alta frecuencia expresa si está enfermo, o herido.
Todo está grabado por ingenieros electrónicos que a bordo de un submarino naval
toman los datos.
Roger
Payne, que ha dedicado buena parte de su vida a estudiar el comportamiento de
las ballenas y hoy preside el Whale Conservatión Institute de Lincoln, Massachusetts
y asesora la Comisión Ballenera Internacional, con sus ochenta y tantos pirulos,
sigue en la brecha. Todavía conservo
como reliquia una grabación suya con el canto de las ballenas.
¿Seremos
capaces de salvaguardar la vida de los cetáceos? El concierto de mar de
corvinas y camarones en noches de luna llena, impresiona.
El
tránsito marino a través del canal submarino acústico es ensordecedor.
Todos
sabemos que el agua es mejor conductor de sonido que el aire. Cuando una
ballena desea oír a uno de sus congéneres debe buscar su secuencia entre todo
ese tumultuoso ruido…
“Respetemos
las razas, todos tenemos los mismos derechos de vida. Si Dios creó la
astronomía, conjuntamente debe de haber creado la acústica de los océanos para
hacer que la ciencia ficción fuera creíble”. Payne.
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