El negro no es un excluido sólo
por el color de la piel sino por una conjunción de factores educativos,
culturales, sociales y económicos.
La memoria de los 300 años de
esclavitud no se borra con facilidad.
Las favelas, las zensala de esclavos eran lugares de
exclusión, lejanos de las grandes casas donde el poderío de los blancos fue una
persecución constante. El origen de raza negra e indígena no tenía cabida para
estudiantes en facultades ni en universidades públicas. Las familias pobres y negras
eran tachadas de no capacitadas, miradas bajo un plano inferior, difícil de
resurgir. Esa poca presencia tuvo mucho que ver con la condición posterior de
escasa formación cultural.
Brasil, donde según el censo
nacional de 2010, el 60 por ciento de la población es de color. La negra de
origen humilde que ganó en 2015, el Premio de Literatura, tuvo que lucharla e
imponer su condición humana en torno a la negatividad y vulnerabilidad. Aún hoy
encontrar espacio en ambientes de blancos no es tarea fácil. Los blancos no
comulgan con los rizos trenzas y bocas bembudas sobresalientes de la mujer
negra por más bella que esta sea. Los estilistas los consideran malolientes,
violentos y resentidos.
La sociedad y sus
instituciones siguen siendo racistas.
No se ve mucha gente de color
en cargos ejecutivos o públicos donde la raza distinta no tiene mayor representatividad.
No obstante haber negros destacados: Nadine Gordimer, sudafricana ganadora del
Nobel de literatura contra el apartheid. Machado de Assis, nieto de esclavos y
excelente escritor negro. Raquel de Queiroz, Concepción Evaristo. Por nombrar
algunos. La suma del color de la piel no tiene por qué estar fuera de la Academia
si los méritos personales hablan a favor.
No es deleznable nacer de
otro color de piel. Blancos, negros, amarillos y rojizos. ¡Todos somos humanos!
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